Se congeló la sangre viva al cruzar la frontera
y se partió en mil pedazos sobre la tierra ajena.
Lejos de tus manos yace,
no moja mi carne vacía
ni enrojece mis mejillas cuando me miras y me causas vergüenza.
Ahí quedó:
insignificante,
muda,
torpe,
seca.
Sin nada que decir,
inválida,
a vista y paciencia.
Lejos de mí, mi sangre espera
que la recojas con tus pies,
que la beses
para que rompa la carnosa piel de tus labios y entre a tus propias venas.
Así viviré dentro de tu cansancio,
en tus días y en tus noches,
en tus dichas, en tus penas,
sin más distancias, sin reproches,
siempre y por siempre.
Y así probaré día con día mis besos en tu lengua,
sentiré mi tacto con tus dedos,
mi deseo en tus piernas
y nunca más me dejaré matar por el umbral
que ya no nos impedirá
ver con los mismos ojos la misma luna llena.