viernes, 12 de septiembre de 2008

No más bolsas plásticas

Recibimos bolsas plásticas cada vez que salimos a la calle. Llegamos a nuestros hogares con bolsitas de distintos tamaños y colores que se van acumulando hasta que , por tantas que hemos recibido, ni sabemos ya dónde ponerlas. Algunas personas las reutilizan: las usan para echar la basura, ropa, periódicos, entre muchas cosas más. Otras acumulan tantas que terminan echándolas a la basura, junto con todo lo demás.
Para nadie es un secreto que el plástico es un material sumamente dañino para el ambiente. Desde que estamos en la escuela sabemos que este dura alrededor de 100 años en descomponerse; al cabo de este tiempo, el plástico se convierte en un puñado de partículas tóxicas, nocivas para cualquier ser viviente. Algunos países y comunidades han implementado normas para controlar el uso de bolsas plásticas, pero la mayoría de ellos no han reaccionado contra este problema tan grave.
Entonces, ¿cuáles opciones tenemos? En Costa Rica hay un par de supermercados que dan bolsas biodegradables, que terminan descomponiéndose en menos tiempo que las bolsas regulares. Sin embargo, siguen convirtiéndose en desecho. La mejor opción es no aceptarlas en los locales comerciales: si es algo que puede cargar en su bolso o en su mano ¿qué necesidad tiene de que le empaquen aún más el producto? Diga que no quiere la bolsa y diga por qué no la quiere. Tal vez esa persona también medite sobre este asunto cuando lo escuche a usted. Claro, hay casos en los que necesita algo en qué llevar lo que compra, como cuando se va al supermercado o a la feria del agricultor. En ese caso lleve un bolso de tela: son más resistentes, 100% reutilizables y puede llevar el diseño que quiera. Piense cuántas bolsas dejarían de usarse si lleváramos siempre bolsos de tela.
Atrévase. Lleve una siempre con usted y eche una en su carro para que la tenga a mano cuando la necesite.

jueves, 28 de agosto de 2008

Dulùitãmĩ: la mujer que se hizo mar

Cuentan los ancianos bribris que Dulùitãmĩ era una mujer muy hermosa, con una cabellera, siempre húmeda, que le llegaba a los pies. Dicen que cometió incesto con su hermano Bulùrnak y que quedó embarazada. Ella se enfermó, por lo que decidió visitar a un awá, un médico indígena, para que curara su mal. El awá cantó durante dos noches y le dijo a la mujer que ya podía regresar a su casa. Ella accedió, pero le pidió prestado un bastón sagrado para ir a su hogar y regresar a terminar el tratamiento. Aunque al principio no quería prestárselo, el awá le permitió llevarse un bastón, no sin antes advertirle que por ningún motivo debía dejarlo caer al suelo. En el camino, Dulùitãmĩ sintió ganas de orinar y dejó caer el bastón para ver qué pasaba. Cuando terminó, vio que el colorido bastón ya no estaba y cuando se puso a buscarlo una gran serpiente la mordió. Con mucho esfuerzo logró llegar a su casa, pero como estaba enferma y sola, murió sin dar a luz. Una vez que la mujer estaba en la tumba, dejaron dos ranitas sobre ella para que no se abriera. A los cuatro días las ranitas comenzaron a sentir hambre y pensaron que podían bajar un momento a buscar comida y después subir al cuerpo de nuevo. Cuando brincaron al suelo para atrapar algo para comer, la panza de Dulùitãmĩ reventó y salió un árbol que creció hasta el cielo. Los pájaros comenzaron a cortar ramitas con sus picos, pero el árbol seguía extendiéndose. Sibö̀ hizo que Alàbulu, el gigante que hizo las sabanas, lo derribara y, una vez hecho esto, mandó al venado, al gavilán tijereta y a la babosa que lo arrastraran alrededor del mundo. Cuando hicieron esto, Sibö̀ sopló cuatro veces y todo se convirtió en agua. Es por eso que el mar pasa por todo el mundo.