domingo, 12 de febrero de 2012

Nunca supo reconocer...

Nunca supo reconocer el momento exacto,
justo,
en el que las palabras de más
se riegan en vómito a través de los dientes
y chorrean el cuello para avisar
que ya no más,
que se acabó,
que ya basta,
que duele.

Si tan sólo hicieran su queja más evidente,
si reventaran la piel húmeda con un grito de piedad insolente,
como el aullido de la tierra que es herida con hierro,
por fin lograría ver
que la boca que quedó abierta
goteando sílabas que ya venían muertas antes de nacer,
es la puerta abierta que se abre al enemigo más fiero,
es herir la piel para dejar entrar veneno,
es brindar a la salud del cuerpo mutilado que ignora
por qué callar es igual que sostener,
si es inevitable el escozor de los huesos hinchados
de agua impura que se ha estancado.