miércoles, 14 de julio de 2010

De críticos, pedestales y escuelas de teatro



"(...) opiniones hay, pero quién las va a decir como yo, con ese estilo, con solvencia literaria, sapiencia, conocimiento, fundamentos estéticos, sin subjetivismos, con sabiduría,con ese arte, con ese manejo puntual de la redacción y ortografía, con mi humanismo, sin escribir jajaj, jejejekj, jijijij, jojoj ni jujuj, sin frases cortadas. (...) ¿Quién como yo, Evelyn? ¿Quién mejor que yo en críticas de cine? Dígame, que necesito bajarme del pedestal y quitarme los humos."





Hasta ahora no me había dado cuenta de que nunca he recibido una clase de teatro impartida por alguno de los críticos de cine y de teatro que se lucen en los programas de televisión y en los periódicos más conocidos del país. Qué preocupante.

Por un momento me asusté porque sus comentarios son fuertes, agudos, voraces, propios de aquél que lo conoce todo en las tablas y todo en las cámaras, agresivos, despiadados. Parecen juzgar con los ojos de quien lo sabe todo. Entonces, si yo estudio teatro, ¿cómo es posible que yo no haya recibido ningún tipo de formación de su parte? ¿Cómo me he perdido yo de eso?

En vez de buscarlos para que fueran mis tutores, me metí a estudiar al Taller Nacional de Teatro, única escuela en el país que, desde 1977, gradúa promotoras y promotores teatrales, además de actores y actrices, todos los años. Qué raro, ninguno de los críticos me advirtió del prolongado aporte del Taller, ni que en sus aulas iba a topar con profesores y profesoras humildes, con una larga trayectoria en las tablas, con Premios Nacionales bajo el brazo, con ganas de educar. Será porque no los conozco en persona que no me avisaron. Será por eso.

También pensé en estudiar en la UCR o en la UNA, por su larga trayectoria y sus docentes, pero los críticos dijeron que había que cerrar todas las escuelas de teatro del país, empezando por la mía: “¿Nos van a dar clases a todos?”, pensé. ¡Claro! Si ellos señalan con avidez todos los errores que existen es porque en un trabajo suyo no lo dejarían pasar jamás. Serían montajes perfectos. Wow.

Así que aquí estoy sentada, esperando. Estoy esperando que los críticos nos trasmitan su sabiduría, que ganen un premio por una actuación maravillosa, que hagan puestas en escena y películas perfectas que me dejen boquiabierta. Que sean mis directores para que no me permitan cometer errores nunca y así no tener que aprender por mi cuenta, que me amarren las nuevas ideas para no exponerme a la burla que acosa a quienes experimentan más allá de los límites que tolera la prensa nacional hipócrita y conservadora, que me digan todo lo que tengo que hacer para no desgastarme inútilmente pensando cómo inventar, cómo experimentar. Estoy esperando que los críticos me evalúen con la misma experiencia que mis profesores y profesoras, que hacen teatro desde las tablas, no desde la butaca.

Desgraciadamente soy alumna de una de las escuelas que quieren ver cerradas, una escuela donde los estudiantes no tenemos que buscar a los docentes entre pedestales, donde se nos enseña realmente a crear. ¿Cómo los críticos no nos advirtieron de ese lugar tan peligroso y terrible? Será que nos conocen. Será.

sábado, 10 de julio de 2010

¿Quiénes queman la leña del barco?

Cuando estaba en la escuela me enseñaron que el agua era un recurso inagotable, ni más ni menos. Lo más espeluznante de eso es que no han pasado tantísimos años desde entonces. O sí, tal vez, pero nunca los suficientes para que un recurso natural pase de considerarse eterno a peligrosamente agotable.

A pesar de las palabras de mi profesora de primaria nunca pude desperdiciar el agua. De hecho casi nunca pude desperdiciar nada: mi mamá nos enseñó a guardar incluso lo que parecía inútil y así crecimos todos, con la esperanza de darle uso a las tapas de los lapiceros, de botellas, a los envoltorios de las galletas y hasta las etiquetas de los refrescos. Así mi casa fue (y es todavía) refugio de materiales de sospechosa procedencia, pero que a la larga eran un milagro para resolver tareas escolares y enredos domésticos.

Es por eso que siempre tuve una inclinación hacia el reciclaje, aunque no me lo tomé tan en serio hasta hace algunos años cuando tomé conciencia de la destrucción que me rodeaba. Comencé a ver más ríos cargando basura, personas enfermas por tomar agua contaminada, envases plásticos imperecederos, latas, bolsas... Todo esto me llevó a poner en práctica las famosas palabras reducir, reutilizar y reciclar y a tomarlas como modo de vida. Y entonces fui un poco feliz, me sentí un ser humano menos dañino por algún tiempo.

Estaba satisfecha, pero también tensa: me la pasaba cerrando tubos, poniendo rótulos en todas partes, reutilizaba todo al máximo y reciclaba hasta lo más mínimo, reusaba las aguas grises, aprovechaba al máximo la luz solar... En fin, la meta de convertirse en una persona con poco impacto ambiental era extenuante, pero ligeramente satisfactoria.

Fue entonces cuando llegó a mí otra escena del aspecto ecológico: la de las transnacionales y las compañías. Eso fue un poco despertar, un poco morir y mucho incomodar porque, veamos entonces cómo es la cosa: mientras yo reciclo todo el plástico de la casa, como la más histérica, miles de restaurantes sirven todo en platos y vasos plásticos que van a parar a los basureros; yo aprovecho el agua al máximo y las empresas mineras gastan millones de litros de agua cada día; yo camino para evitar la contaminación que produce el consumo de petróleo, pero la BP ya se encargó de patrocinar el desastre más terrible en el Golfo de México. No hay palabras.

Esto me provocó ira, impotencia y resentimiento, pero me hizo descubrir que el ecologismo va más allá de reutilizar el envés de una hoja de papel. No es sólo un asunto de plantitas o de animalitos, es un asunto político. ¿Qué hacemos nosotros con reciclar el cartón de una Cajita Feliz ? ¿Qué ganamos con cerrar el tubo hasta retorcerlo si compramos pulseras de oro y plata? ¿Por qué nos desvivimos por respetar la Tierra si unos pocos la están exprimiendo por todos los demás?

Esto no quiere decir que ahora no nos va a importar el ambiente, para nada. Yo sigo reciclando, sigo economizando agua aunque me ven como una necia y sigo pensando que en cada acción mía hay una huella que no podré borrar. Pero no puedo entonces apoyar a quienes se encargan de destruir al mundo por mí. No puedo y no debo si es que el planeta me importa. Es un asunto de sentido común, de consecuencia.

Bien lo escribió Ana Istarú, estamos haciendo una gran fogata con la leña del barco en el que viajamos. Tiene razón, aunque ya el barco es de unos pocos, que son los que ponen en la fogata más leña que todos los demás.

jueves, 8 de julio de 2010

Soy tu sueño

Soy tu sueño,
tu compañera.
La que ya no te espera.
Tómame ahora,
no te des el lujo de abandonarme,
estoy detrás de tu puerta
y a la derecha de tu cama.
Y cuando la mires a ella
mis ojos te recordarán que me perdiste,
lamerás el rosado de mis mejillas
en la palidez de su cara.
Besarás mis labios en ella
y tus manos, inquietas,
revivirán mi calor en su cuello y su espalda.
Me buscarás entre sus piernas.
Invócame,
estoy en el sillón de tu sala,
te hago el amor
cuando ella no está en casa.
Camino a tu lado cada mañana,
enciendo tu espíritu de lucha cuando ella falta.
Soy tu sueño,
la compañera que ya no te espera
porque en el exilio
olvidó cuánto te extrañaba.
Tu sueño soy:
realidad, lejanía y memoria .
Recuérdame.
Llámame ahora.