sábado, 16 de mayo de 2009

Fahima

Me fueron a buscar hace un tiempo. Mi padre, con los ojos llorosos, me avisó que el visir del rey Harun - al -Raschid venía por mí. "Escucho y obedezco" dije, aunque pocas ganas tenía de marcharme.

No había nada que llevar: en el palacio tendría ricos perfumes, frescas frutas de todas las temporadas, collares y brazaletes, espesas alfobras españolas y sedas chinas. Una docena de esclavas me levantarían cada mañana para hundirme en vaporosis baños florales y los visires me complacerían en los más exóticos ruegos. Todo para mí.

"Sé sumisa, Fahima" me dijo mi madre, y me fui con el visir.

Cuando llegué al palacio mis esclavas me lavaron el cuerpo y el cabello. Quemaron oloroso sándalo junto a mí para perfumar mi piel y luego me envolvieron en una suave tela perfumada con jazmín y rosas. Con henna decoraron mis dedos, con kohl dibujaron mis cejas, con joyas ataviaron mi cuello. Me dejaron en un aposento donde el hermano del rey vendría a llevarme al cuarto principal, pues Harun - al - Raschid no me había mirado a los ojos.

Hayat, se llamaba. Cuando entró a mi cuarto pude sentir la suave fragancia del almizcle de su cabellera y su rostro iluminó el mío, como la luz de la luna cuando estalla en blancura. Él me miró fijamente y dijo: "Sé que te han traído para que alegres a mi hermano, pero ahora que te veo comprendo que Alah te ha puesto en mi destino"

Catorce noches estuve compartiendo el lecho del rey y amando a su hermano. Catorce largas noches. El rey nunca permitiria que yo me quedara con su hermano, así que ideamos un plan: yo iría una tarde al mercado, pues se me apetecía comprar telas finas de la India y bandejas labradas, él llegaría ahí y nos marcharíamos juntos.

Salí. Ahora lo busco y, a la vez, huyo.

No volví al palacio, pues sé que él está afuera buscándome.

Esa tarde salí. Él no ha llegado todavía.