domingo, 12 de julio de 2009

El cumpleaños de Neruda

- ¡Qué vaina eso de cumplir años! Yo no sé qué celebran tanto, si es un año más de viejo, uno menos de vida.

Decía eso mientras estiraba las mangas largas de la camisa. Nunca le gustó esa camisa. De hecho, había muchas cosas que no le gustaban.

- Aquí ni siquiera se puede hablar. La gente pasa y pasa, habla como si al día siguiente fuera a quedarse muda. Y reza. La gente va pidiéndole a Dios no sé qué cosas. Unos en su cabeza, otros en voz baja, pero puedo escucharlos a todos.

Hacía frío ahí. Por eso había decidido estirar las mangas que antes estaban dobladas. Las mañanas eran soleadas y cálidas, pero las noches sí que eran frías. Era clima de diciembre, pero era el mes de julio.

- ¡Cómo ha cambiado este lugar! No hay comparación. Las casas pululan por las ciudades, las escuelas no dan abasto. Creo que tendremos que construir casas de siete u ocho pisos porque sólo podremos expandirnos hacia arriba. Y cómo hay espacio arriba, ¿verdad?

Una mujer que recién había bajado del bus decidió no subir las gradas de la iglesia cuando lo vio. Él estaba acostumbrado ya, de por sí, pero, aunque no decía nada, le dolía su corazón y sentía como un calorcito en el pecho, como una llamita que se encendía y lo quemaba.

- Y yo que pensaba que aquí se podía estar solo. Mirá, te voy a decir algo: cuando estamos asfixiados y recuperamos nuestra libertad ya no sabemos qué hacer con ella. Aprendés a disfrutar solo, a valorar tu intimidad y revolcarte en ella. Pero, de repente, un día te despertás y descubrís que no, que no estabas solo, que nunca estamos solos. Están todas esas personas ahí, saludando, respirando, viviendo. ¡Qué cosa!

Era tarde ya. Ya hacía más frío y la camisa de manga larga dejó de abrigar el cuerpo que cobijaba. Ya las manos estaban heladas, como su cabello. Quería moverse, pero estaba por terminar el día y no quería irse hasta que por fin hubiera terminado el día.

- Hoy cumpliría años Neruda, ¿sabías? Pinochet lo mató. El golpe de estado lo mató de tristeza. ¿Te sabés alguno de Neruda? ¿No? Bueno, hombre, hay que saberse algún poema en la vida. Te alegran el rato a veces.

El perro lo miró con sus ojos cristalinos, pero no le contestó. El hombre miró el reloj y comenzó a bajar las gradas. Era libre ahora, por fin. Cruzó la calle sin prisa y se perdió entre la neblina.